lunes, 5 de abril de 2021

El 8 de marzo,la Revolución va por dentro

Fue una jornada extraña, entre la nostalgia, la rabia,la reivindicación, y el cansancio de la pandemia. Pero con la sensación de que lo que explotó hace tres años ha dejado un poso con efectos a largo plazo. Era el primer 8M de la nueva normalidad. Con mascarillas, distancias y cautelas, sin posibilidad de abrazos ni de multitudes, sin poder desplegar el potencial feminista que con tanta fuerza se hizo con el espacio público en los últimos años. Tocaba ser audaces, creativas, pacientes. El resultado es el de una jornada extraña, entre la nostalgia, la rabia y la reivindicación, y también el cansancio de un año de pandemia. Pero con la sensación de que la revolución que explotó hace tres años ha dejado un poso cuyos efectos son de largo plazo. El 8M ya no se puede esquivar, vino para quedarse de muchas formas distintas. Las restricciones marcaron la jornada. Conscientes de que la situación sanitaría exigía repensar la protesta, las comisiones y asociaciones feministas llevaban semanas preparando todo tipo de acciones. Decoración de calles y balcones, paseos de seis en seis con pañuelos morados, cartulinas violetas formando el símbolo feminista en una plaza, cadenas humanas con distancia de seguridad rodeando parques en ciudades y pueblos, intervenciones callejeras con lazos rosas, carteles creativos o decoraciones hechas de croché. Pero el feminismo no renunció a tomar las calles. Lo hizo en Barcelona, donde se produjo la concentración más multitudinaria de todo el país, unas tres mil personas dejando distancia de seguridad. Allí Claudia, Irene y Anabel, tres amigas adolescentes que no se pierden el 8M desde 2018, destacaban uno de sus motivos para salir a la calle: "Reivindicamos poder salir de noche seguras. Que no nos digan cosas por la calle". Lo hizo en Sevilla, donde el colectivo Feminismos Diversos rodeó el Parlamento de Andalucía. En Valencia, Bilbao, Valladolid, Pamplona, Santiago de Compostela, Guadalajara o Murcia las concentraciones llegaron al tope de su aforo. Madrid era el centro de atención y no por que se esperaran marchas multitudinarias, sino por ver cómo reaccionaría la ciudad a la prohibición de las manifestaciones adoptada, primero, por la Delegación del Gobierno y avalada, después, por el Tribunal Superior de Justicia de la comunidad. La Gran Vía abarrotada y la Cibeles de violeta se sustituyeron por globos y sábanas moradas en los balcones, por lazos en los abrigos, por camisetas con eslóganes reivindicativos y por pequeñas acciones espontáneas. Por la mañana, el Sindicato de Estudiantes llegaba a la puerta del Sol con pancartas y bengalas violetas y se sumaban mujeres, sobre todo jóvenes, que no podían contener el pulso de salir a la calle. "Me he enterado de esto esta mañana y me he saltado las dos últimas clases para venir. A mi tutora le ha parecido bien, me ha apoyado. Algo había que hacer hoy", decía Leire, de 18 años, que pancarta en mano y sombra violeta en los ojos, acudía a la plaza con su amiga Natalia, de 16. "Estamos hartas de muchas cosas, pero sobre todo del machismo en la calle, de que nos traten como objetos, tenemos derechos", resumía Natalia.

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